diciembre 11, 2006

Tallarín Telúrico


Rocinante nos dejó un comentario contingente a los últimos acontecimientos en nuestra flaca y querida isla de Chile. Toda opinión es bienvenida. Gracias Alonso.


"Colo Colo 1 - Pachuca 1 (Final ida de la Copa Sudm...":


No sé muy bien qué decir, o cómo empezar esta cosa. No es sobre los logros del Colo-colo a lo que me quiero referir ahora; pero no veo otra forma de publicar estas líneas. Por otra parte de algún modo inexplicable, esto también es un poco un triunfo del colo-colo. Se murió el pinocho. Cuánto odio ha podido despertar en nuestra sangre el personaje en mientes. No puedo—tampoco quiero—ser imparcial en estas cosas. Yo crecí mi primera infancia en un terruño con muchas cosas por resolver, es cierto, pero con un orgullo que se nos salía por los poros de haber sido capaces de mantener una continuidad democrática que no podía ser igualada ni siquiera por los ejemplos europeos a que tanto nos gustaba referirnos en los patios de nuestros colegios o en los almuerzos de domingo con toda la familia—curas y todo—en la mesa del abuelo. Así, se nos antojó como nación, como país, como familia, tratar una solución novísima aunque preñada de errores; y votaron entonces, mis padres junto a los de otros tantos, por un presidente Allende quien postulaba un proyecto de justicia social. De este modo, metiendo un papel inscrito en un cajón, escogimos una posibilidad de destino diferente. El resto de la historia es obscuramente célebre: Los militares patrios mostraron como su patriotismo se podía alquilar a un empleado extranjero aterrado de perder al tallarín telúrico en su defensa de la hegemonía frente a su contraparte soviética. La familia diseminada, el derrumbe de demasiados sueños y por último aún la pérdida de la ilusión utópica se instalaron a vivir en el arauco domado. El país logró salir de todo este trauma al pasar de los años, pero quedaron tantas cosas sin aclarar. Casi a tientas fuimos aprendiendo que sí, que eramos otro país latinoamericano donde el dictador de turno no solo ejerce la abyección como modo de regencia; sino que además de todas las víctimas de los crímenes, torturas, desapariciones y barbarie que creó la mano dura para reconstruir la patria, el personaje era un mero ladrón. Con evasión tributaria, robos de dineros y bienes públicos y cuentas en el exterior. El impoluto adalid moral era un ladronzuelo vergonzante. Ahora se murió. Y se me enredan sensaciones en la piel y entre los dedos que me hacen difícil alcanzar bien el teclado. Aunque les resulte extraño, yo no quería, no me interesaba al menos, el prospecto de su encarcelación. Eso ya daba igual. Habría preferido sí, que nuestra nación hubiese tenido el tiempo de formular su sentencia histórica con el reo vivo. Ahora nos queda acaso esperar que los procesos judiciales no se cierren y dicten su veredicto en letra firme y clara para que nuestra historia no se olvide. Alonso Álvarez de Araya.

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